Noche mágica en la Cruzcampo

           Anoche, treinta y uno de enero, tuvo lugar en la Fundación Cruzcampo la presentación del libro “Medea murió en Corinto”, de Antonio Jiménez Casero, gran amigo y compañero en Pino Montano, una noche de afectos y reencuentros. Yo, que he sido testigo de la gestación y parto de esta obra, esperaba con avidez la bienvenida al mundo de este neonato que ha nacido para brillar y perdurar, pues es un libro que posee esas cualidades narrativas y estilísticas que lo convierten en alta literatura, un clásico del siglo XXI.

         Es, en efecto, docto y culto, como cabía esperar de un autor como Antonio, el de la pluma fácil, pero también profundamente arraigado a la tierra, un libro complejo y erudito y, a la vez, fácil de leer, gracias al lenguaje directo y ritmo rápido de este profesor de Clásicas que aúna un profundo conocimiento de la cultura grecolatina y el saber popular y no menos antiguo de la gente de campo, esa tierra nutricia que te arraiga y te enriquece.

         Si bien yo esperaba mucho de esa noche de vino y palabras, mis expectativas se vieron desbordadas con lo que allí vivimos. Antonio debió de flotar etéreo viéndose rodeado de su familia y viejos y nuevos amigos, de compañeros antiguos y otros recién llegados a su vida, de esos alumnos eternos que llegaron al instituto para no irse jamás, porque, aunque hayan partido hacia otros lugares, siempre los llevaremos en el corazón y siempre podremos contar con ellos, como demostraron ayer; esos mismos alumnos que acudían a su clase ávidos de saber y se quedaban embelesados ante la palabra que nace de lo más profundo del alma, de sus entrañas, esos mismos, y esas mismas, que recogieron el testigo, la llama de Prometeo que Antonio les ofreció con mano franca y tendida.

         Y en la mesa, parte de su Equipo Directivo y parte del nuevo. Un verdadero placer para la selecta audiencia volver a escuchar los acertados análisis de José María García y de Carmen Alfonso, profesores de Lengua que cuando hablan de Literatura obligan al mundo a rendirse a sus pies. Y cómo dejar atrás a Julio Cuesta, ex Presidente de la Fundación Cruzcampo, con cuyos comentarios del principio y del final volvió a dar muestras de su capacidad de análisis y clarividencia, de su voluntad de impulso a la cultura sevillana. No es de extrañar, por tanto, que en ese ambiente Antonio se saliera en su turno de palabra, que despuntara en el arte de la oratoria y demostrara su erudición y su arraigo, los libros y el terruño con que él se identifica.

         Yo miraba a mi derecha y de frente y no podía sentir más orgullo, viéndome tan cercano a la excelencia, tan rodeado de Pino Montano, y me dije “éste es el instituto donde quiero estar, éstos, mis alumnos, éstos, mis compañeros. ¿Se puede pedir más?” Imagino que Antonio sentiría cosas parecidas, con la diferencia de que él era el protagonista de la noche, el padre de la criatura y, a la vez, el que durante tantos años ha llevado las riendas del instituto.

         Y encima, va uno y le quita cuarenta años de encima… Hay que tener suerte. A mí sólo me resta por decir, ¡enhorabuena, chaval!

Fernando Rivero García

P.D. No penséis que estoy haciendo un favor a Antonio promocionando su libro. El favor os lo estoy haciendo a vosotros dándooslo a conocer.