Los hijos del cambio

Nuestra generación, aquellos nacidos entre los años 1996 y 2000, ha pasado de vivir en la abundancia, o al menos en la tranquilidad, de los años del ladrillo, y ser aquellos jóvenes que ni estaban interesados en los estudios ni querían trabajar, a crecer y madurar en unos años en los que hemos visto como buena parte de nuestras familias, amigos o conocidos se veían fuertemente afectados por una crisis económica que no podíamos explicar.

Dicen que seremos los primeros jóvenes que viviremos peor que nuestros padres. Tendremos empleos precarios y temporales, sueldos basura, casas diminutas (aquellos que puedan permitirse tener casa y una hipoteca), hijos tardíos… Al menos hemos conseguido desterrar aquella concepción de ser una generación perdida. Pero nos tememos que esto es algo con lo que muchos, por no atrevernos a hablar por todos, no estamos de acuerdo.

Cambiar nuestro futuro es posible. Lo hicieron nuestros abuelos cuando consiguieron mandar a sus hijos a la universidad después de años de dictadura trabajando en el campo y las fábricas. Lo hicieron nuestros padres cuando rompieron el mito de que los hijos de los obreros solo servían para lo mismo que sus padres: trabajar a destajo por un salario de subsistencia. Hoy, los hijos de ese cambio ocupan buena parte del tejido productivo español, demostrando que nuestro origen no determina nuestro futuro. Nuestra generación se enfrenta a una situación parecida a la de entonces.

Darles la razón a aquellos que nos tachan de vagos, incompetentes e inútiles es hacer lo que hasta ahora, conformarnos con lo que teníamos o ni siquiera valorar eso mismo, sin cuestionar las bases de un sistema que no daba más de sí para nosotros (lo que no significa que para otros sí lo hiciera perfectamente).

Muchos hablan de que en estos años se está dando un cambio en la política de nuestro país. Ahí están los nuevos partidos políticos como Podemos o Ciudadanos que transmiten a las más altas esferas nacionales la inquietud de una sociedad ante la quietud de sus viejos y corruptos gobernantes. Buena parte de sus miembros son jóvenes preocupados por la situación actual que pretenden dar forma a un nuevo modelo de país. Sin embargo, no se dará un cambio real hasta que sea la propia sociedad la que cambie y, por los años que nos han tocado vivir, seremos nosotros muy probablemente los llamados a articular este cambio en los próximos tiempos.

Nosotros y solo nosotros seremos los encargados de rellenar el hueco dejado por nuestros hermanos mayores que tuvieron que emigrar a otros países de nuestro entorno para poder trabajar y hacer que este país salga del letargo en el que le sumió la peor crisis económica en buena parte de nuestra historia moderna. España para los españoles, como podríamos decir reformulando la Doctrina Monroe (con su “América para los americanos”), pero una España reformada, justa y leal con los intereses de sus ciudadanos. Una España de educación estable y ejemplar, con trabajos con expectativas y esperanzas, una España que no deje fuera a las mujeres solo por el hecho de ser mujer… Una España así, aunque es difícil, es posible con el esfuerzo combinado de todos nosotros (dígase lo mismo de la Unión Europea, con permiso de la señora Merkel, eso sí).

Una España que, como nosotros, sea hija del cambio.

¡FELIZ AÑO 2017!